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Autoridad en las aulas

Mª Ángeles Llorente Cortés Federación de MRPs País Valencià

Este artículo corresponde a la ponencia presentada en el segundo de los Encuentros de los Proyectos de Intervención en Centros del curso 2009 – 2010 .


La palabra AUTORIDAD, se relaciona a menudo con significados que poco o nada tienen que ver con la misma y se instauran confusiones, en muchos casos interesadas, que distraen a la opinión pública de los temas realmente importantes a nivel educativo o social.

Sin embargo esta distinción no está clara ni en la familia, ni en la escuela, ni en la sociedad, como revelan afirmaciones que a diario escuchamos en todos los ámbitos de socialización y que aparecen reflejadas en los medios de comunicación. Claman las voces que en los últimos años relacionan situaciones de conflicto, de violencia, de deterioro de la convivencia con la “falta de autoridad”, pidiendo por contra que se resuelva esta situación con actos inherentes al poder: más normas, más obediencia, más sanciones y más castigos.

Según se escribe en Wikipendia “ El concepto de autoridad apareció en Roma como opuesto al de poder. El poder es un hecho real que implica que una voluntad se impone a otra por el ejercicio de la fuerza. En cambio la autoridad está unida a legitimidad, dignidad, calidad, excelencia de una institución o de una persona.

Bajo estos parámetros, cabría preguntarse, ¿Es posible educar en la responsabilidad, la participación y la democracia mediante la obediencia ciega, el miedo y la sumisión al orden establecido? ¿Es posible que mediante la reproducción y el adoctrinamiento eduquemos en la creatividad, la crítica constructiva, la emancipación y la libertad? ¿Es posible que sin afecto, confianza complicidad y respeto mejore la convivencia en la familia, en la escuela o en la sociedad? ¿Es posible que negando los conflictos podamos avanzar en su comprensión y resolución?.

 


Parece evidente que no . Por tanto habremos de profundizar en los conceptos y desde una perspectiva crítica plantearnos si lo que realmente queremos es que nos reconozcan autoridad o tener más poder en función de nuestra edad o cargo sin que pueda cuestionarse nuestra manera actuar. Tendremos que reconocer que el poder no lleva implicita necesariamente la autoridad y que por mucho que se promulguen leyes y decretos que nos den más poder, eso no nos va a garantizar el respeto, el reconocimiento ni la admiración de nuestros alumnos, elementos imprescindibles en los procesos de enseñanza aprendizaje.

La autoridad es esencial en los procesos educativos. Autoridad entendida como aquella relación en la que las personas se confieren un respeto derivado del saber, la coherencia, el buen hacer y el reconocimiento mutuo. En este sentido la autoridad es un valor que otra persona o personas nos otorga y que deja las puertas abiertas para iniciar procesos de aprendizaje compartidos. Así definida, la autoridad va ligada a la construcción de la propia identidad y asociada por tanto a procesos de emancipación y libertad.

A pesar de que son muchos los factores institucionales y sociales que contribuyen a mermar y cercenar la autoridad docente, también es cierto que, a pesar de ello, muchos docentes gozan del reconocimiento de los alumnos y de sus familias, tienen autoridad y la utilizan para educar con respeto y afecto.

Una mirada crítica sobre lo que acontece en los centros educativos nos puede dar ciertas claves de análisis:

No concita la misma autoridad el maestro que concreta su tarea educativa en seguir día tras día las indicaciones de un libro de texto como único material de aprendizaje que aquel otro que junto a sus alumnos y alumnas se replantea qué aprender y utiliza diferentes fuentes documentales para indagar sobre un tema, desarrollando proyectos que supongan una intervención sobre el entorno próximo. Ni es respetada de la misma manera la maestra que utiliza la evaluación para valorar todo el proceso de enseñanza aprendizaje, detectando fallos que le permitan mejorar su práctica docente, que la que se vanagloria de suspender a la mayoría del alumnado, utilizando la evaluación como un mecanismo sancionador y seleccionador, sin reconsiderar jamás su responsabilidad ni su manera de proceder en el aula.

No concita la misma autoridad una profesora que tiene en cuenta la diversidad existente en su aula e intenta dar atención a todos y todas propiciando una organización del aula que favorezca el trabajo cooperativo, que otra profesora que dispone a los alumnos en filas de uno y se pasa toda la hora explicando lo que ella cree esencial para los alumnos/as y expulsando al “aula de convivencia” a los que se despistan o no la siguen. No inspira la misma autoridad una maestra comprometida en la lucha contra las desigualdades que trata de integrar en el aula a todo el alumnado, que otra que trabaja sólo para los mejores y cree que todos los demás sobran en las enseñanzas medias y deberían estar en no se sabe muy bien dónde, ni le importa, deseando tan sólo que salgan de su aula y no le molesten.

No inspira la misma autoridad un maestro que se interesa por sus alumnos, hace tutoría individual con ellos, procurando conocerlos y entenderlos para orientarlos mejor, que aquel otro que siente a los alumnos como enemigos a combatir, que ni tan siquiera sabe sus nombres, que pasa lista mirando fotos y pone notas en los exámenes a números de la clase A o B. Igualmente no concita la misma autoridad el maestro quel llama a las familias regularmente, las trata con respeto, sea cual sea su nivel social o su situación, que trata de comprender lo que ocurre, sin juzgar, ni culpabilizar, intentando ayudar en la medida de lo posible, que aquel otro que nunca las llama, que prefiere que no vayan y que si van se limita a relatar todas las imperfecciones y faltas del alumno sin aportar ni una sola medida para que la situación mejore.

No inspira la misma autoridad la maestra que solo falta a clase cuando es necesario, que llega puntualmente a las clases, que instaura un clima de respeto y trabajo en el aula, que otra que llega tarde sistemáticamente y pone retrasos a los alumnos que entran dos minutos después de ella, que saca “el tamagochi” y empieza a poner faltas y amonestaciones a diestro y siniestro en aras de imponer su “autoridad” que por cierto lógicamente no consigue. No inspira la misma autoridad la maestra que promueve actividades elitistas para diez o doce alumnos/as porque los demás no pueden pagarlas que aquella otra que intenta que el máximo de sus alumnos pueda realizar actividades interesantes, de calidad que les abran nuevos horizontes y perspectivas.

No concita la misma autoridad el maestro comprometido con su profesión que se organiza en grupos docentes de investigación, que se forma continuamente, que se coordina con sus compañeros/as, que mantiene una actitud de pasión por el conocimiento, que lucha y se implica en la defensa de la escuela pública , etc, que otro que trabaja en la enseñanza porque no encontró otro trabajo profesional más acorde a sus espectativas, que por las tardes da clases particulares, o se dedica a sus negocios, que se vanagloria de no haber leído una ley educativa en su vida y que vive ajeno a cualquier autoridad0.jpg iniciativa de mejora de la enseñanza pública porque sus hijos van al mejor colegio inglés, francés o alemán de la comarca.

No inspira la misma autoridad una maestra que muestra afecto a sus alumnos, que intenta facilitar el autoconocimiento en el alumnado para favorecer la afirmación personal y la autoestima, que procura cultivar la confianza mutua y desarrollar capacidades comunicativas para compartir sentimientos, informaciones y experiencias, adoptando una actitud positiva y optimista ante la vida, que otra que considera que los alumnos son todos unos vagos, que no se esfuerzan, que debe entrar en el aula bien seria, con actitud prepotente, manteniendo las distancias y que se enfrenta a la docencia sin ánimo, con cansancio prematuro, manifestando quejas continuamente, que ya el lunes a primera hora desea que sea viernes y que espera que lleguen cuanto antes las vacaciones y que se anticipe la jubilación a los 40 porque cree que todo es un desastre.

No, no es cierto que la mayoría de los alumnos/as rechace la autoridad, sino que lo que rechazan son las formas en las que algunos adultos tratan de imponer su poder. Rechazan el autoritarismo que no atiende a las demandas razonables. Los educadores corremos actualmente el riesgo de defender el autoritarismo frente a todos los alumnos para poder sancionar ipso facto las conductas disruptivas, acosadoras y violentas de las minorías. La rebeldía, ante los abusos de poder debería ser una constante en el mundo educativo. Deberíamos potenciarla para desarrollar valores, actitudes y prácticas democráticas, planteando una dinámica de reciprocidades afectivas y normativas y de relaciones de comunicación horizontales, multidireccionales y recíprocas para debatir temas, deliberar y tomar decisiones. “Infancia y adolescencia. Nuevas miradas”. MRPs 2007.

La autoridad va íntimamente ligada a la persona y normalmente se transmiten modelos de conducta. Los niños/as aprenden mucho más de lo que hacemos que de lo que decimos. Por eso el problema de las sociedades neoliberales en las que estamos inmersos, es que se transmiten fundamentalmente modelos de poder y no referentes de autoridad de los que niños/as y jóvenes puedan aprender valores y normas de conducta orientados a la consecución del bien común. Es esa misma sociedad que ejerce el poder y transmite modelos de violencia extrema, de insolidaridad, de competitividad, de individualismo, de consumo desmedido, de injusticia social, la que simultáneamente habla de falta de valores, de falta de “autoridad. Estos análisis superficiales e interesados transmitidos a través de los medios de comunicación, contribuyen a crear corrientes de opinión que tras la demanda de “más autoridad en la familia y en la escuela” lo que realmente están pidiendo es que se supla la falta de referentes y de modelos por sanciones y castigos, haciendo recaer toda la responsabilidad de los conflictos sobre el que menos poder tiene, el niño y el joven, haciéndole responsable de todo lo que no funciona y tratando los conflictos educativos y familiares con parámetros judiciales. Basta para ello leer los decretos sobre derechos y deberes del alumnado y su aplicación en los numerosos expedientes disciplinarios que se abren en algunos centros educativos. Con ello se pierde no sólo la oportunidad de educar, modificando conductas (mediante la reflexión, la comunicación y los acuerdos), sino que además se genera una aversión hacia la institución escolar, provocando el abandono de la escuela e imposibilitando en muchos casos un acercamiento a los saberes relevantes para una ciudadanía plena.

 


Abundando en esa idea, suele ser frecuente asociar la autoridad a la ausencia de conflicto y acatamiento de normas. Conviene insistir en que el conflicto es inherente a la naturaleza humana y además una fuente de aprendizaje. Como dice Manuel Delgado Lo realmente difícil no es tanto hacer penetrar la idea de que los conflictos son inevitables, sino cómo explicar que en el fondo son necesarios. Es decir, no existe ninguna posibilidad de que una sociedad como la nuestra, tan compleja, tan demográficamente densa, pueda manejarse, pueda incluso avanzar, sino es precisamente por ese combustible que el conflicto mismo le presta..Mejor dicho el combustible es el propio conflicto. Erróneamente, se supone que la alternativa a las injusticias, a las asimetrías, a las desigualdades , es una especie de armonía universal, que , en la medida que es imposible, nos exime de hacer nada a fondo. La escuela ha de ser conflictiva. Solamente puede llegar a ser enriquecedora, solamente puede aspirar a cambiar un poco para bien, en la medida en que asuma dicha conflictividad. Una escuela pacificada podrá ser muy deseada por algunos, pero, en cualquier caso, difícilmente podrá producir algo parecido a la inteligencia y a la capacidad crítica de los individuos que allí se están educando. DELGADO, M.(1997). “La razón paradójica” entrevista publicada en Cuadernos de Pedagogía, núm 259,p.8-16

De la misma manera , una norma se respeta mucho más si la sentimos como propia, si creemos en la bondad de la misma, en su utilidad para la convivencia. Entramos así en otro aspecto esencial de la educación frecuentemente olvidado : educar en la responsabilidad y para la democracia. A los niños y jóvenes a nuestro cargo les privamos del ejercicio de la responsabilidad dándoles todo hecho y dejándoles muy poco espacio para la participación en todo aquello que ocupa sus vidas . Rara vez les permitimos opinar o tomar decisiones sobre casi nada y sin embargo, a continuación les pedimos que sean responsables al máximo. Si para la consecución de cualquier objetivo hace falta un entrenamiento y es necesario errar para aprender, ¿cuándo les permitimos tomar decisiones y equivocarse en lo que realmente les afecta?

Mal que nos pese a algunos maestros y maestras renovadores, las tendencias educativas dominantes siguen considerando a la infancia y a la juventud como etapas de transición a la vida adulta, como si cada momento de la vida no fuese único e irrepetible y mereciese la pena vivirlo con entidad propia. Tener a los niños y niñas más de ocho horas encerrados en los centros escolares y ocupados en múltiples actividades cuando salen de ellos, es una muestra clarísima de cómo los adultos imponen su criterio, privando a niños/as de elementos como el juego y la libre socialización que son esenciales en estos periodos de su vida. Volver a poner al niño/a en el centro de la educación y recuperar modelos pedagógicos centrados en el niño/a en sus intereses y necesidades, con un fuerte componente afectivo y emocional, interesados en transmitir la pasión por el descubrimiento y la reconstrucción de saberes relevantes que ayuden a la persona a entenderse a si misma, a los demás y a intervenir críticamente en la sociedad para mejorarla, sigue siendo una tarea pendiente en la sociedad de hoy.

Así, mientras se trasladan a la sociedad ideas parceladas y falseadas sobre la educación, continua oculto el verdadero debate sobre una educación de calidad para la ciudadanía española. Educación de calidad que implica un cambio profundo en el sistema educativo. Un cambio que debería comenzar con un replanteamiento serio de lo que hay que enseñar y aprender en los centros escolares, que requiere de una reforma sustancial en la formación inicial y permanente del profesorado que propicie la investigación sobre la acción educativa en la búsqueda de metodologías que permitan superar el academicismo imperante que aleja cada vez más a la escuela de la realidad social. Un cambio que pasa por implementar sistemas de evaluación no punitivos, sino formativos , que busquen la mejora del sistema , previa detección de los fallos. Sistemas de evaluación que no busquen la selección de los mejores, a costa de la exclusión de la mayoría, sino la mejora de todos y todas en la medida de sus posibilidades. Un cambio que permita democratizar los centros escolares y garantizar el principio constitucional de la igualdad de oportunidades.

 


Para ello hay que profundizar en dos cuestiones claves: la convivencia y la participación . Vivir juntos, haciendo juntos , significa dar sentido a las instituciones y actividades humanas, significa “que las normas se construyen desde el interior, en función de los proyectos que las personas asumen, del futuro que esperan, de la sociedad que quieren construir”(P Meirieu : El mundo no es un juguete). Educarnos para ser libres, para construir un mundo mejor, sigue siendo la utopía necesaria para no perder la ilusión ,ni la esperanza, requisitos indispensables para vivir mejor.

No organizamos obediencias , sino entusiasmos! B. Durruti Barcelona 1937

Valladolid 12 de diciembre de 2009