Reconceptualizar el fracaso escolar (Líneas de actuación – Concejo Educativo)

Líneas de actuación ante la relación convivencia-fracaso escolar

Aunque existe una preocupación social por el fracaso escolar, en ocasiones los centros educativos solamente ofrecen datos para elaborar estadísticas. A nadie se le ocurriría pensar que el personal médico permaneciera inmutable si se le murieran un 30% de sus pacientes. Sin embargo, se concibe el sistema educativo como una empresa en la que se invierte para que sea rentable (Directiva Bolkenstein).

En el portal de la Junta de CyL encontramos la referencia a los programas de apoyo y refuerzo llamados plan PROA. En ella se comenta que se impartirán clases de REFUERZO en grupos reducidos y en horario extraescolar en Centros de Educación Primaria y Educación Secundaria. Los Programas de APOYO consistirán en la aplicación en centros de Educación Secundaria de un amplio conjunto de medidas de atención directa al alumnado y de intervención con las familias. Este plan supone una colaboración del MEC con la CA, y en una resolución del 8 de febrero se anuncia su publicación en BOCYL.
Nuestro temor es que suponga un formalismo que no se lleve a la práctica, o que parta de una concepción no reflexionada de lo que es fracaso escolar en toda su dimensión.

Definiendo el concepto.

El fracaso escolar se produce cuando algo falla en algún punto del sistema educativo, es decir, fracasa alguna acción educativa que no ha sido orientada correctamente. Podría definirse como un desajuste entre el proceso de enseñanza propuesto y el de aprendizaje del alumno o alumna (¿podría fracasar en este sentido alguien que apruebe?). El alumnado “diferente” (con dificultades o simplemente ajeno al beneficio que le da la escuela) lo pasa mal. El problema no son ellos o ellas mismas, sino que la escuela no es capaz de resolver sus dificultades, condenándoles al fracaso y acusándoles de él; problema que va en aumento cuando nos empeñamos en repetir las mismas “soluciones” que le condujeron hasta esa situación.

Las dificultades de aprendizaje que pueden llevar al fracaso escolar dependen de factores sociales, familiares, individuales, pedagógicos y médicos. Determinar su origen es fundamental para saber hacia dónde encaminar las soluciones. Sin embargo, hay una tendencia uniformizadora e injusta que busca medir a todos y a todas por el mismo rasero. Se etiqueta así a un amplio sector de alumnado, segregando cuanto antes del sistema a aquellos y aquellas que han “fracasado”. De hecho el que llamamos fracaso escolar se concentra más en las clases sociales con menos recursos, dado que tanto las expectativas de la familia como del profesorado son empobrecedoras, y de entrada no se cuestiona el papel de reproducción social que juega la escuela. La respuesta compensadora que ésta debe ofrecer se confunde con una adaptación a la baja, en lugar de abrir expectativas y enriquecer el aprendizaje, lo que provoca un progresivo desinterés y abandono.

El fallo pueden estar en cualquier punto del sistema educativo (centros educativos, legislación, inspección) así como otros factores como los contenidos excesivos, la fragmentación curricular, la formación docente, los recursos con los que se cuenta, la inversión en educación o la falta de democracia en los centros, etc. (cuando éstos son precisamente los elementos sobre los que más se puede incidir desde el sistema educativo para evitarlo el fracaso).

La escuela debería potenciar que lo importante es que todos y todas podamos llegar a nuestro propio éxito individual, sin olvidar su dimensión colectiva. Esta tarea, además, debe hacerse de forma compartida con la sociedad en la que se inserta, para actuar conjuntamente compensando por un lado las desigualdades que la sociedad genera, y, por otro, siendo permeable a la oferta del entorno y a la inclusión de personas, conocimientos y recursos con los que compartir la educación.

Factores del fracaso. Líneas de actuación:

Definir una línea de centro donde todas las personas tengan una opción: Un centro debe tener previstos recursos y formas de actuación que puedan ser aplicadas en caso de necesidad, aunque nunca a priori, pues eso produciría un grave grado de exclusión (como ocurría con los itinerarios de la LOCE en secundaria). Ante la falta de opciones y recursos el fracaso aumenta.

Dar soluciones que compensen de forma integral: todas las personas necesitamos de una respuesta no estandarizada: organización de tiempos y materias adaptadas a las potencialidades, variedad de actividades y contenidos que abarquen al conjunto de la persona, al desarrollo emocional, la autonomía y la participación, no sólo al desarrollo de capacidades cognitivas.

Utilizar la opcionalidad como una vía de desarrollo personal: Dar la posibilidad de elegir en función de intereses o habilidades es otra manera de enfrentar el fracaso, siempre que no sea utilizada justo para lo contrario, para “separar” (por ejemplo formando grupos estables diferenciados).

Generar agrupaciones no segregadoras que permitan apoyar y actuar dentro y fuera del aula El refuerzo tanto individual como en agrupación debe cumplir una serie de requisitos imprescindibles:

*darse en función de la necesidad y sólo mientras ésta existe, evitando vías de refuerzo en las que haya que buscar alumnado al que incluir.

*procurar que en el futuro éste deje de ser necesario, partir y tener como objetivo el curso de referencia del alumnado buscando la “reinserción” en él y manteniendo actividades comunes que ayuden a la integración en su dinámica a todos lo niveles (curricular, de relación, etc).

*procurar un trabajo enriquecedor, buscando vías alternativas de aprendizaje adaptadas al perfil del alumnado.

Tener en cuenta y valorar los diferentes los estilos y procesos de aprendizaje. La práctica cotidiana se caracteriza por aprendizajes conceptuales, memorísticos, con un currículo con asignaturas inconexas entre sí que poco tienen que ver con los problemas que las alumnas y los alumnos van a tener que resolver en el mundo real. Todo ello hace que no entiendan muy bien qué sentido tiene lo que aprenden en la escuela.
Cada cual tiene una manera de captar y asimilar la información que facilita su aprendizaje. Debemos intentar una educación basada en la estimulación de habilidades, investigar las capacidades y aptitudes del alumnado y utilizar estrategias educativas que permitan a todos poner en practica sus destrezas.
El profesorado debe reclamar la autonomía frente a los programas excesivos e irracionales (y las leyes deben orientar la tarea en ese sentido): seleccionar aquellos contenidos más adecuados para trabajar con su alumnado, planificar su metodología de trabajo, diversificar los materiales que utiliza y huir del libro de texto que uniformiza y no permite atender a la diversidad.

Fijar objetivos y criterios de evaluación ligados a opciones de aprendizaje: La evaluación debe tener entre sus objetivos saber si han desarrollado sus capacidades de una forma práctica y detectar las dificultades para poder diseñar soluciones. Los criterios de evaluación deben servir para realizar esta tarea eficazmente, encontrar los fallos concretos y darles una respuesta inmediata.

La medida de la repetición, sin más, sólo agrava el problema ya que iguala el aprendizaje de contenidos definidos de forma universal y homogénea al desarrollo intelectual y personal, lo que es un error, y vuelve una y otra vez sobre lo mismo (que no ha funcionado) de forma mecánica. El niño o la niña, que repite a causa de sus trastornos de aprendizaje, acaba sometido a mayor presión, se le castiga si no trabaja, se le compara constantemente, y se le da como único mensaje que si no trabaja es porque no se esfuerza, o peor aún, si no llega es porque no puede -ni podrá-; él o ella es la única responsable. En definitiva, no se detecta la dificultad real y por tanto se opta por una mala solución; esto sí es un problema. Lo más prudente es una personalización que contemple los objetivos no asumidos de cursos anteriores. Para que un alumno o alumna se sienta motivado necesita del reconocimiento social como persona, especialmente por parte de las personas significativas que le rodean, y el logro de metas a corto plazo.

Ajustar los tiempos escolares -de aprendizaje y de aula: un importante elemento de actuación de los centros y del profesorado en el aula es la confección de una u otra jornada escolar y la de un calendario escolar. Ambos podrán ayudar a que el alumnado encuentre mayor sentido, por ser más abarcable, a su propio proceso. La monotonía en el trabajo de cada día y la repetición de una jornada escolar al cabo de todo un curso y de cada curso, restará significado a la actividad que estemos haciendo. Este aspectos afectarán (emocionalmente y como consecuencia en su posterior rendimiento) más a aquel alumnado que no obtiene ni siquiera el “premio” del reconocimiento del éxito por parte del equipo de profesorado. También lo harán en aquel otro para el que la escuela en sí no tiene valor (de uso de beneficio en el futuro o del tipo que sea) que le ayude a soportar el cansancio de una tarea repetitiva año tras año, mes a mes y día a día.

Tener en cuenta el entorno social del alumnado: Algunas de nuestras prácticas cotidianas llegan a resultar asfixiantes y descompensadoras. El tiempo dedicado a los deberes o a actividades que se convierten en una continuidad de la jornada escolar, suponen la prolongación de ésta de una manera excesiva. Además, los “deberes” suponen una fuente de desigualdad, en especial si a ellos se traslada la formación que no se imparte en el aula y que a menudo necesita del apoyo de una persona adulta para resolverla. No todas las familias disponen de la mismas posibilidades para sustituir al profesorado en casa, estableciendo así mayores diferencias. Por otro lado, la actividad escolar y también la extraescolar crean dependencia entre el alumnado en lugar de posibilitar su autonomía, un eje de desarrollo personal importante para enfrentarse al fracaso.
La sociedad debe hacer una reflexión sobre los espacios y los tiempos escolares y dejar de equiparar l-a jornada escolar del alumnado a la jornada laboral de un adulto.
A lo anterior debemos añadir que los hábitos diarios de ocio no son, en la mayoría de las ocasiones, de disfrute cultural, sino más bien una forma de evasión, a veces de carácter violento (como muchos videojuegos). Teniendo en cuenta, además, que la sociedad en que vivimos, basada en el consumismo, nos aboca a jornadas laborales larguísimas, las familias ven reducido su tiempo para compartir y participar del proceso educativo de sus hijos e hijas.

El “consumo indiscriminado” de medios de comunicación nos conduce al predominio de contravalores como el de la idealización de la imagen o la apariencia, la fama fácil, la violencia, etc. Estos medios causan una fascinación en el alumnado que, en contraposición a las -muchas veces tediosas- formas de aprender alejadas de sus intereses y motivaciones, coloca a la escuela en la difícil posición de combatir algo imposible.

No obstante, es responsabilidad de la escuela asegurar que ningún alumno o alumna se “quede atrás”.